viernes

La crisis.

Hoy entré en crisis. Ocurrió en dos fases, la primera a primera hora del día y la segunda, a eso de las 13.30. La primera es un rollo, no la cuento. La segunda también es un poco rollo pero necesito hacer catarsis. Fue así:

Tengo muchas multas, y las sufro hasta hoy, más o menos en silencio. Llegan pequeñitas primero; mínimos papeles con letra minúscula que hay que leer con gafas. Te vas acercando al coche y allí estan, agitadas por el viento o incluso, cagadas por alguna paloma extrañamente comprensiva y despojada de su disfraz ratuno. Al pasar los días, crecen y ya vienen dentro de un sobre y a tamaño A4. El importe pasa de 63 a 90 a 100 a 200 y a 301. El viernes pagué una de 301, de hecho. Pero las que más me duelen son las que ponen por no contar con la tarjeta de residente. Me explico, sí que tuve la dichosa tarjeta pero por negligencias varias, ha pasado un año y aún y hasta hoy por la mañana, no he terminado de solucionar el papeleo que me habilita a aparcar con "felicidad" por el barrio de Lavapiés no pasa.

Hoy corrí a la gestoría y luego atravesé el Retiro a toda mecha (me gusta esa expresión) para llegar a la hora al Ayuntamiento de Retiro que me iba a dar mi tarjeta anual de residente, o sea la del coche. Caminaba feliz, hoy llovía y no había nadie. Era todo gris y con ramitas anaranjadas y ocre. Un perro enorme se escapaba de su dueño que tenía fea voz. Me mostré comprensiva.

En fin, que llego al Ayuntamiento y qué pasa, que la cita parece ser que "no era para hoy". Y yo miré desesperada a la chica que me atendía, le pregunté si sabía lo que era aparcar en Madrid, si vivía en el centro. Ella, que "no podía meterse en el ordenador y darme una cita hoy que en realidad era para el viernes próximo". Yo no podía más y utilicé las supuestas palabras mágicas que un día, una loba me confió: "Quiero hablar con su encargada". La chica me llevó a una panoli -porque estoy segura de que era una panoli-, que me dio una hoja de reclamaciones y me derivó de nuevo a la primera. Llegué hasta ella y empecé a llorar. Primero suavemente, luego más fuerte y ya le pedí un pañuelo. Traté de disimular bajando la cabeza y haciendo como que escribía la hoja de reclamación, pero me dí cuenta de que no sabía qué poner. Y allí mismo, mirándola fijamente por detrás de una cortina de agua, rompí el papel en dos (adjunto documento). Ella me aconsejó enviarlo y yo, ya desencantada con todo me pregunté en voz alta que para qué, si ni siquiera iban a ser capaces de responder ni por deferencia ni por nada (eso quedó muy elegante, sí señor).



En fin, que el lunes me tengo que ir a Barajas a hacer el papeleo. Vaya ganas, encima estoy con los ojos hinchados porque mi llanto no acabó allí, sino que se extendió por toda la calle atocha y magdalena hasta llegar a casa.

Daniel por la tarde me trajo una plantita tomatera para reconciliarme un poco con lo público.

4 comentarios:

lobita dijo...

Espero que no te parezca cruel pero me he reído bastante con el relato..y se me ocurre una nueva frase mágica para la próxima vez "No quiero hablar con una panoli" mola, eh?

Anónimo dijo...

es la crisis de los treinta!!!

Dani dijo...

En realidad era la tomatera la que necesitaba reconciliarse con el mundo, así que la lleve a tus brazos.

María Angélica dijo...

ay.